lunes, 17 de diciembre de 2012

Literatura precolombina

LITERATURA ECUATORIANA 
Capítulo I 
Literatura precolombina 
No todo lo que es literatura ecuatoriana comienza con la llegada del español y el inicio del proceso del mestizaje, complejo y de ricas resonancias culturales.  Hubo sin duda una literatura anterior a todo aquello.  Era impensable que pueblos que tanto desarrollo tuvieron en lo económico, social, militar, político y cultural hubiesen carecido de literatura.
            De lo que esas gentes que poblaron los territorios que serían más tarde la Audiencia de Quito y hoy, aunque tremendamente disminuidos, son la República del Ecuador carecieron fue de escritura.  Y, al ser la escritura la manera de fijar y trasmitir fielmente las manifestaciones literarias, esa literatura difícilmente rebasó ciertas fronteras de espacio y tiempo.
            Pero sí las rebasó, porque tuvo maneras de fijarse y trasmitirse.  Los pueblos sin escritura compensan esa carencia con recursos especiales.  Son los de la tradición oral, que también tienen sus maneras de dar a ciertos textos especialmente valiosos o importantes la fijeza que les asegure su permanencia en el tiempo y el rebasamiento de los ámbitos espaciales en que fueron dichos.
            Uno es la música.  Un texto convertido en canción asegura su fijeza y trasmisión y puede perdurar, sin alteraciones, largamente.
            Otros son recursos estrictamente literarios: el ritmo y el metro; ciertas imágenes en las que no se puede tocar nada sin deshacerlas.  O los núcleos narrativos y enlaces de una narración.
            El cofre en que esos pueblos van depositando lo mejor de sus sabidurías es el folclor.  Ellos lo guardan allí, cifrando esas sabidurías en cantos y música, pinturas y diseños, esculturas y cerámicas, narraciones y poemas, adivinanzas y fórmulas sapienciales, juegos y objetos en que dejaron impresa su marca.
            Y el hombre moderno de culturas escritas ha urdido maneras de sacar esos tesoros.  Es decir, de descifrar aquello en esas creaciones populares cifrado.  Esa es la ciencia y arte del folclor.
            Indagaciones folclóricas son las que han podido entregarnos elementos para rehacer la literatura de esos antiguos antepasados nuestros.
            Sería un error anticientífico exigir de esas recuperaciones el rigor de un códice escrito –que pudiera contrastarse con otros códices hasta llegar a la versión definitiva, que se suele llamar “canónica”, de ese texto.
            Para penetrar por estos caminos en ese mundo tenemos que despojarnos de nuestra mentalidad de cultura escrita, y, peor, si positivista, y sus requerimientos.
 
 
LA LENGUA DE LA LITERATURA ABORIGEN
 
La lengua en que se hizo esta literatura es el quichua.  A lenguas anteriores a la imposición del quichua por la conquista incásica se hace mucho más problemático acceder porque generalmente son lenguas muertas, de las que, por falta de escritura, no quedó documentación alguna.  El quichua, no; el quichua es lengua viva en numerosas comunidades de Bolivia, Perú y Ecuador.  Y en quichua han podido recuperarse textos de muy probable antigüedad.   
            Juan León Mera, que fue el primer estudioso que recogió cantares populares –donde cabe hallar literatura anterior al mestizaje-, abrió su Ojeada –una de las primeras dos obras de historia y crítica de la literatura ecuatoriana- por unas “Indagaciones sobre la poesía quichua” y atendió, en primer lugar, a la lengua en que esa poesía se hizo.  Hizo hermoso encomio de esa lengua:
 
La lengua quichua es una de las más expresivas, armoniosas y dulces de las conocidas en América; se adapta a maravilla a la expresión de todas las pasiones, y a veces su concisión y  nervio es intraducible a otros idiomas.  Merced a sus buenas cualidades, no hay objeto material o abstracto que no anime con vivísimos colores e imágenes hermosas[1]
 
            La lengua ofrece cauces y posibilidades expresivas y artísticas a una literatura, a la vez que le marca límites.  Acertado, pues, el criterio de Mera de llamar la atención hacia la lengua, como primer paso para tentar apreciaciones de una literatura ecuatoriana quichua.
            Quito careció de cronistas como los que hicieron los primeros inventarios de las cosas del Perú y no tuvo un historiador temprano de tanta pasión por sus antepasados como el inca Garcilaso de la Vega, autor de Comentarios reales.  Y la obra de fray Marcos de Niza, que llegó a Quito en la comitiva de Sebastián de Benalcázar y que, según el padre Juan de Velasco -que lo leyó-, escribió no poco de las antigüedades quiteñas, no ha podido encontrarse.  Había que llegar al propio Juan de Velasco, nuestro protohistoriador, ya en pleno siglo XVIII, para poder trazarnos un cuadro de la vida cultural del Reino de Quito, en la que florecieron manifestaciones literarias.
 
LAS FIESTAS Y LA LITERATURA PRIMITIVA
 
Hechos centrales de esa vida cultural de que fue elemento importante la literatura son las fiestas, fiestas que, al menos las más solemnes, aún perviven en pueblos y comunidades de nuestra serranía.
            El historiador jesuita recorre mes a mes esas fiestas que él pudo registrar a poco más de siglo y medio de la conquista y a más de dos siglos y medio de estos comienzos del siglo XXI:
 
diciembre, el Raymi, fiesta solemnísima de baile, precedida por ayuno;
enero, Uchuy-pucuy, o fiesta de los primero cogollos del maíz;
febrero, Hatum-pucuy, o crecimiento del maíz;
marzo, Paucar-huatay, fiesta de primavera o florecer, una de las cuatro principales, con renovación anual del fuego sacro, sacrificios y banquetes y bailes
 
            Y así los otros meses, hasta el Capac–Raymi, baile general concluida la siembra del maíz.
            Como se verá, el ciclo festivo correspondía al ciclo agrícola, el que, a su vez, dependía del ciclo solar.  De allí su supervivencia en pueblos aún agrícolas, a los que los períodos solares marcan los tiempos de siembra y cosecha, que son los de esperanza y de realización de esa esperanza.
            En estas fiestas agrícolas, dijo el cronista mayor de las antigüedades quiteñas, lo más eran música y danzas, estas con sus coreografías elementales y evoluciones procesionales.  Pero había en algunas fiestas cantos y esto nos pone ante una primitiva manifestación literaria.  Del Aymuray, fiesta de mayo, se dice que el acarreo del maíz a las trojes se hacía “acompañado de músicas y cantos en forma de procesión solemne”.  De la Ayarmaca -o celebración de los difuntos- recogió Velasco algo para el buceador en esta literatura aun más significativo: “la hacían una vez al año, con fiesta lúgubre de músicas funestas y tristes cantos.  En ellos relataban las proezas y hazañas de los respectivos difuntos de cada tribu o familia”.  Y añadió algo aun más incitante, aunque solo lo dio como probable: “es probable que este mismo mes se representasen las tragedias de que hacen mención los escritores, como alusivas a los hechos de sus antepasados”.
            En otra parte de su Historia escribió Velasco algo de la mayor importancia para una reconstrucción de la literatura india quiteña: “Despojada su religión de la multitud de fábulas que no tienen probabilidad ni arguyen particular ingenio, se reducía todo a la adoración del Sol y de la Luna” Comenté así ese texto del protohistoriador: “Lo que subyace debajo de este texto es que se habría producido en el pueblo quiteño un empobrecimiento en región tan fecunda para la literatura primitiva como son teogonías y cosmogonías –capítulo importante de la épica primitiva quichua y aymara es cosmogónico-.  Y también en esta parte, las supervivencias –aquí la pobreza y falta de originalidad de las supervivencias- parecen haber dado la razón a Velasco”[2]
 
LOS CAUCES O GENEROS
           
Basados en estas noticias trasmitidas por nuestro primer historiador –espíritu sorprendentemente atento a todas las supervivencias de historia y vida de los pueblos del Reino de Quito- y en indagaciones históricas y folclóricas posteriores –no solo ecuatorianas: también bolivianas y peruanas-, podemos aventurar un panorama de esa literatura.
            Sus cauces fueron cuatro:
 
                        Épica
                        Lírica coral
                                    Individual
                        Teatro
                        Prosa sapiencial
                                   Narrativa
 
            Y esto en dos ámbitos: lo religioso o sacro y lo profano.
            Atendiendo pues, a esto, así podría organizarse la gran matriz de la literatura de precolombina:
 
                        Cuadro de ariel, p 23
 
            Importa tener presente que se trata de una matriz estructural, teórica, y en el caso ecuatoriano no todas esas casillas se han llenado con obras recuperadas, y en casos, ni siquiera con noticias válidas de obras.
            En cuanto a la matriz misma, en las casillas de la lírica se han puesto nombres.  Y ello es porque en el área andina se conocen las producciones correspondientes.
            En la lírica individual religiosa, tenemos el huacaylli, poema de invocación, adoración, exaltación de espíritu religioso.  Plegarias sacerdotales.  Estrofas asonantes o consonantes de cuatro a cinco versos endecasílabos u octosílabos.
            En la lírica religiosa coral tenemos el huaylli y el wawaki.  El huaylli es canto de reverencia al soberano, al estilo de los “Himnos de Atahualpa”[3].  El wawaki podía ser religioso o profano; en cualquier caso era canto de amor que solemnizaba ceremonias y ritos colectivos.  El religioso cantaba a Wiracocha (el Dios Sol) y a la Pacha Mama (la Tierra nutricia).
            En la lírica profana individual es donde hallamos el mayor número de nombres.
            El arawi (que acabaría refugiándose en la tristeza del yaraví) era la poesía lírica por excelencia: expresión intensa de sentimientos.  Y el urpi no es sino una de las formas del arawi: el arawi erótico, teñido de nostalgia.  Tomó su nombre de “urpi”, la paloma, que era la metáfora preferida para la mujer amada.  El aymoray , también poema amoroso, se diferenciaba del urpi porque era más alegre y de ritmo más ágil.
            Y del huayno –que sobrevive en Bolivia y el Perú como tonada que se canta y baila- ha destacado un estudioso: “Su presteza danzarina, su requiebro de jolgorio, su cadencia aparentemente lenta y que admite y exige el redoble acelerado de los requiebros (que equivalen al zapateado del baile en sí)”, añadiendo que tomaba motivos de la vida cotidiana[4]
            El jaili, la forma más frecuente de lírica profana coral, era canto de carácter dialogal, en tono de himno, que solemnizaba ocasiones de euforia y regocijo, tanto rurales –cosechas-, como sociales –retorno de guerreros victoriosos, entrada de monarcas o jefes-.  Eran composiciones de seis a ocho sílabas por verso, de factura suelta, asonantados, en grupos estróficos pautados por la exclamación “¡jaili!”, casi siempre dicha por el coro.


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